Revista Grao

1945 - El camí de la mar

Hoy he vuelto a transitar por el camí de la mar, o también llamado Avenida Hermanos Bou. Ha estado cortada al tránsito entre Castellón y el Grao, por motivo de obras durante varias semanas, quizás meses, con motivo de la confección de un cruce de esta Avenida/carretera con la nueva ruta que une la carretera general, con el acceso norte, al nuevo puerto para el tránsito de vehículos pesados.

Estos trabajos han dado otro mazazo, otro golpe de hacha a la Avenida Hermanos Bou o Avenida del Puerto, llamada según se la mire, bien desde Castellón o bien desde el Grao, hachazo que la ha vuelto a mutilar y que comenzó con la personalidad ya mermada por la tala de aquellos plátanos frondosos y enormes que como un batallón de centinelas, que comenzaban desde la misma calle Gobernador en Castellón, hasta frente Las Planas en el Grao, uno tras otro sin interrupción, daban escolta, frescor y sombra a los transeúntes motorizados, a vapor, a pedal o de tiro animal que por ella discurrían, bien por la vía, por la calzada o por el andén de peatones. El primer zarpazo se lo dieron el día en que a un buen Alcalde, no se le ocurrió mejor idea que instalar una línea de trolebuses por dicha avenida, cuando este tipo de transporte se estaba retirando de toda Europa por antieconómico, ineficaz y todo cuanto se quiera; pues bien, con la excusa de que los árboles eran un peligro para los vehículos que por la carretera circulaban, había que derribarlos, así, por el artículo catorce (por ejemplo), pero en su lugar y casi con la misma continuidad instaló enormes postes de hormigón armado de un diámetro parecido, sino igual al de los árboles derribados, para que sirviesen de soporte al tendido del cable que tenía que llevar la corriente eléctrica, para la tracción de los trolebuses. Lógicamente este evento y este invento duró menos que un caramelo en la puerta de un colegio; los trolebuses desaparecieron de la circulación, nunca mejor empleada esta frase, más rápidamente del tiempo que se empleó en pensarlo, y no sabemos en cuanto se pudo cifrar esta aventura; eso si, los árboles de la avenida, con toda la hermosura, belleza y beneficios que aportaban y que sumaban muchos cientos de ejemplares, ya jamás se pudieron reinstalar ni recuperar. Los postes de hormigón siguieron meses y años, sin que aquellos supusiesen ningún peligro para los viandantes ni transeúntes.

Hoy me he dado cuenta al bajar hacia el Grao, de esa rotonda elevada que han instalado a mitad del camino, para dejar paso a la carretera que viniendo de la general lleva hacia la entrada norte del nuevo puerto. Al verla me ha producido la impresión de que han cortado el camino, ¡¡el Grau no es veu!! he pensado; han colocado una barrera que impide seguir hacia el Grao, puerto o distrito marítimo.

Son ya más de tres cuartos de siglo, los que llevo yendo y viniendo en un sentido o en otro. En verano o en invierno, en guerra o en paz, con un gobierno o con otro, da igual; Castellón estaba donde siempre y el Grao en el extremo opuesto; si, opuesto pero no contrario, opuesto porque estaba en el otro extremo del camino, camino que se recorría de punta a punta, recto como un hilo; desde el principio veías el final y desde el Grao veías Castellón. Sabías que uno y otro estaban allí, por que si, por que los veías, no tenias que adivinarlos como se hace en infinidad de pueblos que están detrás de aquella montaña o más allá de la siguiente curva.

No, el Grau está alla baix, ¿Es que no el veus?

A la Panderola para ir de la vila al puerto, no le hacía falta ni vía. La podían soltar en la estasioneta, con un ligero empujón y:

A córrer, cap avall ¡¡

La Panderola presentaba dos versiones. Una de ellas era la de transporte de viajeros y estaba montada, tras la locomotora, un furgón cubierto, para mercancías, y a continuación, bien cuatro o cinco unidades de pasajeros, pequeñas, o una o dos de las de tamaño grande.
Otra de las versiones era la de tren de mercancías, y estaba compuesto el convoy, por una o dos máquinas, según el número de vagones a remolcar y, seguidamente, los vagones descubiertos, de barandilla baja, propios para mercancías ensacadas o para el transporte de cajas de naranja, de aquellas de madera y un peso de 35/40 kilos cada una.

Nada mas salir, bajo el control del maquinista Castillo o bien Arias, y la ayuda del fogonero “el Peladilla”, echaba una ojeada, por su derecha, primero al almacén de hierros Viuda e hijos de José Bonet y enseguida le decía un adiós a Marino Ferrer en su fábrica de licores; seguía su curso junto a los almacenes de naranja de las incipientes calles de Ciscar y Lagasca y a continuación del Museo, seguía frente al Hort del Sort, de Manolo Tirado, hasta la Mitja Toronja, junto al Caminás; bajaba, siempre en línea recta, bordeando huertos de naranjos, pasando y cumplimentando al Ingenio, allá por la mitad del camino, y sin prisa, pero sin pausa llegaba al apeadero del camino de la Donasió, donde solía parar y el maquinista y el fogonero saludaban al tabernero, a Pepet Agost Farcha, quien desde su establecimiento, con la fachada de “cañiset”, les obsequiaba con “productos de la zona”; otro empujoncito, siempre en línea recta, y directos, pasando enfrente de la alquería de Pascualet Viciano, hasta el Olivaret, y frente al mismo estaba el Canyaret, donde pastaba el famoso “burro de les cinc potes”, allí ya se tenía el Grau a la mano. Solamente faltaba atravesar la carretera de Almassora, hasta donde la esperaba el Guarda agujas “Camañes”, quien según su propia versión tenía “cadena perpetua”, por que con una cadena cerraba el paso a nivel que atravesaba la carretera, y la Panderoleta entraba ufana y gallarda, bufando y resoplando, hasta pararse frente al edificio de la estación del Grao, donde bien Manuel Cumba, otras veces Facundo Vilar, la recibían y a golpe de silbato daban por terminado el trayecto. Este trayecto, en verano, hacerlo por la mañana, era una delicia, ya que todo el viaje estaba protegido del sol por el ramaje que los plátanos prestaban por encima del tren.

Ya una vez en el Grao, para retornar a la capital y variar de medio de locomoción, se podía disfrutar con un viaje en los autobuses de Soler. Eran estos autobuses de color rojo y blanco, un producto de la época, o sea de la guerra o de la post-guerra, que fue peor. Sin posibilidad ninguna para comprar material nuevo, los vehículos estaban hechos sobre chasis de camiones en mejor o peor estado, y montadas las carrocerías que los convertían en autobuses, en los talleres que Carrocerías de Pepet Sancho tenía en la calle Herrero de Castellón, donde pieza a pieza, artesanalmente, se hacían verdaderas obras de arte, teniendo en cuenta la escasez de medios reinante.

Un autobús, con una baca en la parte superior delantera, donde se colocaba la mercancía a granel y que generalmente se componía de cajas de pescado que las “pescateras” llevaban a la capital, y que algunas veces, seguido, seguido, sobre todo en los meses de verano, rezumaba que era un contento, el hielo fundido con que se refrescaba la mercancía, con gran descontento por parte de los sufridos viajeros. Viajeros que si había suerte tenían asiento y si no, se agolpaban en el pasillo central y en la plataforma trasera.

Tenían estos autobuses la salida en la avenida del puerto, frente a casa Turch o la Tasca, un poco antes de la estación de la Panderola, en la línea recta que dominaba la vista de Castellón en lo más alto; unos horarios que se procuraba fuesen lo más puntuales posible, pero en que llegadas unas horas determinadas, que las pescateras iban o regresaban a, o del mercado, se tenía que salir zumbando, ya que si alguna de ellas doblaba la esquina cuando comenzaba a salir y no paraba para esperarla y cargar las cajas correspondientes, con ese lenguaje propio que las ha caracterizado siempre, al chofer y al cobrador, menos guapo y bonito les llamaban de todo. Allí salía a relucir el padre, la madre, Sansón y los filisteos.

Comenzaba el viaje, lógicamente recto como un huso, hacia la Vila, despidiéndose del Grao al pasar por el Pañet y atravesando la carretera de Almassora, que le llevaba en el primer tramo hasta el Olivaret, que luego se convirtió en el grupo San Pedro. Ya este viaje había comenzado amparando al autobús en la sombra y frescor del ambiente, pues todo el tramo era un túnel de verdor que llevaba de principio a fin de trayecto. El firme de esta primera parte, que llegaba hasta el monolito del meridiano de Greenwich (continúa aún en su sitio) era un piso de hormigón y machaca que le daba una sensación de uniformidad, y que cuando se cambiaba al otro firme de adoquín puro, adoquín y nada mas, sentías una sensación de batidora o montaña rusa, o quizás todo junto, que solamente con la costumbre y repetición se podía combatir. De tal suerte era este tal “firme”, que la suspensión que portaban los autobuses estaban inspiradas en las primitivas carretas, poco más o menos, algo impresionante.

La segunda parada, la tenía en el maset de Esquerdo, un precioso maset propiedad del práctico del puerto D. Juan Esquerdo Zaragoza, que era la envidia de propios y extraños, y de allí, a volver a parar en la Venta del Camí de la Donasió. Otra de las paradas siguientes era en el Ingenio, así llamado por haber sido un ingenio de la industria azucarera castellonense en tiempos remotos, y hasta ahora, haciendo las funciones de distribución eléctrica y tenerlo como punto de referencia. Mitad del camino. Seguía el trayecto, sin variar el rumbo trazado a la salida, subiendo hasta la próxima parada de “El Crisol”; era “El Crisol” una pequeña fábrica de azulejos y cerámica artística, propiedad de los hermanos Juanito y Eduardo Soriano, en la parte de abajo en el “Caminás”, donde en la parte superior esta la “Mitja Taronja”. Allí trabajaron Carmen la Rovireta y Enrique Vilar, “el Amparrot”, entre otra gente conocida.

Arriba, arriba sin parar hasta llegar a la próxima parada, que estaba en el jardín del “Hort del Sort”, y, por fin, hasta llegar al final del trayecto, si algún pasajero no necesitaba parar en cualquiera de las calles de entrada en Castellón. Estos servicios estaban atendidos por chóferes como Pepe Olla, Enrique Benedito, Pepe Aznar, Soriano, Dapena, Alcaraz, Albalat, etc, y cobradores como Paco el Gordo, “Tarrós”, Manolo y Batiste Bacas, Palau, y otros, siendo los artistas de la mecánica, Nasio y Ximo Musoleta, y como aprendiz, Pepito Lacomba, de quienes tengo unos recuerdos inolvidables.

Este era el itinerario de aquellos autobuses, que en algunas épocas no disponían ni de gasolina, ya que iba racionada y tenían un cupo de pocos litros para el mes. Era la época en que la necesidad creaba sabios y tenían que idear, crear y probar todo lo inimaginable, desde combustibles vegetales, hasta el impresionante GASOGENO. Que no era otra cosa que un enorme recipiente situado en la parte posterior del vehículo, donde en su interior se encendía un fuego de madera, carbón vegetal, cáscara de almendra, aserrín, y todo lo que ardiese, y esta combustión producía un gas que se conducía hasta el carburador y de allí hasta la cámara de compresión del motor, para hacerlo funcionar, pero dadas las características tan pobres de este gas, cuando el autobús tenía que ir de Castellón al Grao, en sentido descendente, era divino, pues en punto muerto, casi se podía llegar, ahora bien, el calvario era a la inversa, cuando el coche (?) tenia que subir a Castellón.

¡Cuantas veces nos hemos apeado para empujar y ayudarlo a arrancar!. Lo bueno era que lo tomábamos como la cosa más natural y no se escuchaba ninguna queja ni nadie protestaba. Eran los tiempos y había que tomarlo como venía.

Y Castellón estaba allí¡¡.

Y el Grao estaba aquí¡¡, y se veía a través del túnel de verdor que formaba el interior de los plátanos que poblaban la carretera de Castelló al Grau, y nos costaba una hora corta en llegar a pié, bien por que no había servicio, bien por que era la época del gasógeno y subiendo a pié te ahorrabas el tener que pagar y empujar y llegabas casi a la misma hora.

¿Comprenden el porqué de mi disgusto al ver que nos han vuelto a alterar el trazado de la nostra carretera?. Sí, es cierto, habrá quien pueda pensar “Pues no es para tanto”.

Son muchos años, quizás demasiados años de estar mal acostumbrados a aquellas formas y maneras de vivir, simples, primitivas, sin demasiadas complicaciones; si dejamos de lado, que teníamos racionamiento; ¿qué era esto? Se preguntará algún lector.

Si dejamos de lado que para reparar el cuello de la camisa, había que cortar el faldón trasero de la misma y de esa tela se hacía un cuello nuevo.

Si dejamos de lado, que los domingos, por diversión, podías ir al cine en sesión de las 7.00 de la tarde, pues tenías que estar en casa “antes que den las diez”, (que Serrat aún no había compuesto).

Si dejamos de lado, tantas carencias que teníamos de lo que hoy se considera lo más natural del mundo, y, lamentablemente no se les da importancia.

Si dejamos de lado, tantas y tantas cosas, podemos llegar a la conclusión que tenemos derecho a recordar, a añorar y echar de menos esta clase de detalles,, que un día constituyeron nuestro modus–vivendi y aunque el tiempo pasado no es posible rebobinarlo, como si de un video se tratase, para poder meternos nuevamente en el, sí es posible entornar los ojos, mirar hacia el interior y disfrutar con el recuerdo, que es otra forma de recuperar el pasado.

Regresemos al hoy, volvamos otra vez a ver la rotonda elevada que han hecho en la Avenida Hermanos Bou, démonos cuenta de que la carretera del Grau ha quedado hecha una lástima, echémosle la culpa al gobierno, como siempre, de todo, y busquemos un nuevo motivo que nos permita proseguir nuestra afición de plasmar, en negro sobre blanco, las impresiones de cada día, para de esa forma, mantenernos distraídos y no caer en un hastío del que sería difícil salir. Pongámonos las gafas de sol, demos un buen paseo, sonriamos a la vida, que al fin y al cabo es nuestra meta diaria.



Sergio Ferrer de Almenara.- Reservados todos los derechos
Junio 2005

4 comentarios:

  1. He disfrutado con tu relato. Una delicia. Y he revivido vivencias de esta memoria historica del Grao que tú nos cuentas. Algunas cosas ya las sabía porque las he vivido, y otras las conocía porque mi padre me las había contado. En todo caso, yo, que soy un nostálgico, añoro aquella carretera...

    Un abrazo

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  2. Por ese camino hoy en día hermanos Bou he subido y bajado bastantes veces tanto con el trolebús que estaba a la derecha subiendo para Castellón como la panderola a la parte contraria, yo era pequeño y esas imágenes me han hecho volver a la niñez con los recuerdos, un camino ecológico con árboles grandes en los lados y un trolebús eléctrico que no contaminaba.

    Espero que siga publicando por muchos años esas vivencias históricas del Grau.

    Un abrazo, José Francisco.

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  3. Leyendo "El camí del Mar", uno tiene la fuerte sensación de estar viviendo otro momento de un lugar conocido.
    Casi físicamente se llega a percibir, el olor de la acequia, el rumor de la brisa en las ramas de los árboles..., hasta el zarandeo del cuerpo por el traqueteo del autobús en el firme adoquinado.
    Gracias, Sergio, por esta vivida evocación de un pasado entrañable.
    Miguel A. Garcia

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  4. Hola Sergio, graciasssssssssss ya que he podido ver a mi abuelo Ximo con un autobus de Soler y a mi madre le hara una gran ilusión, si puedes pasarme tu email y darme la foto en formato de mas resolución via email te lo agradeceria.
    pquerol@hotmail.com

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