Revista Grao

1945 - El camí de la mar

Hoy he vuelto a transitar por el camí de la mar, o también llamado Avenida Hermanos Bou. Ha estado cortada al tránsito entre Castellón y el Grao, por motivo de obras durante varias semanas, quizás meses, con motivo de la confección de un cruce de esta Avenida/carretera con la nueva ruta que une la carretera general, con el acceso norte, al nuevo puerto para el tránsito de vehículos pesados.

Estos trabajos han dado otro mazazo, otro golpe de hacha a la Avenida Hermanos Bou o Avenida del Puerto, llamada según se la mire, bien desde Castellón o bien desde el Grao, hachazo que la ha vuelto a mutilar y que comenzó con la personalidad ya mermada por la tala de aquellos plátanos frondosos y enormes que como un batallón de centinelas, que comenzaban desde la misma calle Gobernador en Castellón, hasta frente Las Planas en el Grao, uno tras otro sin interrupción, daban escolta, frescor y sombra a los transeúntes motorizados, a vapor, a pedal o de tiro animal que por ella discurrían, bien por la vía, por la calzada o por el andén de peatones. El primer zarpazo se lo dieron el día en que a un buen Alcalde, no se le ocurrió mejor idea que instalar una línea de trolebuses por dicha avenida, cuando este tipo de transporte se estaba retirando de toda Europa por antieconómico, ineficaz y todo cuanto se quiera; pues bien, con la excusa de que los árboles eran un peligro para los vehículos que por la carretera circulaban, había que derribarlos, así, por el artículo catorce (por ejemplo), pero en su lugar y casi con la misma continuidad instaló enormes postes de hormigón armado de un diámetro parecido, sino igual al de los árboles derribados, para que sirviesen de soporte al tendido del cable que tenía que llevar la corriente eléctrica, para la tracción de los trolebuses. Lógicamente este evento y este invento duró menos que un caramelo en la puerta de un colegio; los trolebuses desaparecieron de la circulación, nunca mejor empleada esta frase, más rápidamente del tiempo que se empleó en pensarlo, y no sabemos en cuanto se pudo cifrar esta aventura; eso si, los árboles de la avenida, con toda la hermosura, belleza y beneficios que aportaban y que sumaban muchos cientos de ejemplares, ya jamás se pudieron reinstalar ni recuperar. Los postes de hormigón siguieron meses y años, sin que aquellos supusiesen ningún peligro para los viandantes ni transeúntes.

Hoy me he dado cuenta al bajar hacia el Grao, de esa rotonda elevada que han instalado a mitad del camino, para dejar paso a la carretera que viniendo de la general lleva hacia la entrada norte del nuevo puerto. Al verla me ha producido la impresión de que han cortado el camino, ¡¡el Grau no es veu!! he pensado; han colocado una barrera que impide seguir hacia el Grao, puerto o distrito marítimo.

Son ya más de tres cuartos de siglo, los que llevo yendo y viniendo en un sentido o en otro. En verano o en invierno, en guerra o en paz, con un gobierno o con otro, da igual; Castellón estaba donde siempre y el Grao en el extremo opuesto; si, opuesto pero no contrario, opuesto porque estaba en el otro extremo del camino, camino que se recorría de punta a punta, recto como un hilo; desde el principio veías el final y desde el Grao veías Castellón. Sabías que uno y otro estaban allí, por que si, por que los veías, no tenias que adivinarlos como se hace en infinidad de pueblos que están detrás de aquella montaña o más allá de la siguiente curva.

No, el Grau está alla baix, ¿Es que no el veus?

A la Panderola para ir de la vila al puerto, no le hacía falta ni vía. La podían soltar en la estasioneta, con un ligero empujón y:

A córrer, cap avall ¡¡

La Panderola presentaba dos versiones. Una de ellas era la de transporte de viajeros y estaba montada, tras la locomotora, un furgón cubierto, para mercancías, y a continuación, bien cuatro o cinco unidades de pasajeros, pequeñas, o una o dos de las de tamaño grande.
Otra de las versiones era la de tren de mercancías, y estaba compuesto el convoy, por una o dos máquinas, según el número de vagones a remolcar y, seguidamente, los vagones descubiertos, de barandilla baja, propios para mercancías ensacadas o para el transporte de cajas de naranja, de aquellas de madera y un peso de 35/40 kilos cada una.

Nada mas salir, bajo el control del maquinista Castillo o bien Arias, y la ayuda del fogonero “el Peladilla”, echaba una ojeada, por su derecha, primero al almacén de hierros Viuda e hijos de José Bonet y enseguida le decía un adiós a Marino Ferrer en su fábrica de licores; seguía su curso junto a los almacenes de naranja de las incipientes calles de Ciscar y Lagasca y a continuación del Museo, seguía frente al Hort del Sort, de Manolo Tirado, hasta la Mitja Toronja, junto al Caminás; bajaba, siempre en línea recta, bordeando huertos de naranjos, pasando y cumplimentando al Ingenio, allá por la mitad del camino, y sin prisa, pero sin pausa llegaba al apeadero del camino de la Donasió, donde solía parar y el maquinista y el fogonero saludaban al tabernero, a Pepet Agost Farcha, quien desde su establecimiento, con la fachada de “cañiset”, les obsequiaba con “productos de la zona”; otro empujoncito, siempre en línea recta, y directos, pasando enfrente de la alquería de Pascualet Viciano, hasta el Olivaret, y frente al mismo estaba el Canyaret, donde pastaba el famoso “burro de les cinc potes”, allí ya se tenía el Grau a la mano. Solamente faltaba atravesar la carretera de Almassora, hasta donde la esperaba el Guarda agujas “Camañes”, quien según su propia versión tenía “cadena perpetua”, por que con una cadena cerraba el paso a nivel que atravesaba la carretera, y la Panderoleta entraba ufana y gallarda, bufando y resoplando, hasta pararse frente al edificio de la estación del Grao, donde bien Manuel Cumba, otras veces Facundo Vilar, la recibían y a golpe de silbato daban por terminado el trayecto. Este trayecto, en verano, hacerlo por la mañana, era una delicia, ya que todo el viaje estaba protegido del sol por el ramaje que los plátanos prestaban por encima del tren.

Ya una vez en el Grao, para retornar a la capital y variar de medio de locomoción, se podía disfrutar con un viaje en los autobuses de Soler. Eran estos autobuses de color rojo y blanco, un producto de la época, o sea de la guerra o de la post-guerra, que fue peor. Sin posibilidad ninguna para comprar material nuevo, los vehículos estaban hechos sobre chasis de camiones en mejor o peor estado, y montadas las carrocerías que los convertían en autobuses, en los talleres que Carrocerías de Pepet Sancho tenía en la calle Herrero de Castellón, donde pieza a pieza, artesanalmente, se hacían verdaderas obras de arte, teniendo en cuenta la escasez de medios reinante.

Un autobús, con una baca en la parte superior delantera, donde se colocaba la mercancía a granel y que generalmente se componía de cajas de pescado que las “pescateras” llevaban a la capital, y que algunas veces, seguido, seguido, sobre todo en los meses de verano, rezumaba que era un contento, el hielo fundido con que se refrescaba la mercancía, con gran descontento por parte de los sufridos viajeros. Viajeros que si había suerte tenían asiento y si no, se agolpaban en el pasillo central y en la plataforma trasera.

Tenían estos autobuses la salida en la avenida del puerto, frente a casa Turch o la Tasca, un poco antes de la estación de la Panderola, en la línea recta que dominaba la vista de Castellón en lo más alto; unos horarios que se procuraba fuesen lo más puntuales posible, pero en que llegadas unas horas determinadas, que las pescateras iban o regresaban a, o del mercado, se tenía que salir zumbando, ya que si alguna de ellas doblaba la esquina cuando comenzaba a salir y no paraba para esperarla y cargar las cajas correspondientes, con ese lenguaje propio que las ha caracterizado siempre, al chofer y al cobrador, menos guapo y bonito les llamaban de todo. Allí salía a relucir el padre, la madre, Sansón y los filisteos.

Comenzaba el viaje, lógicamente recto como un huso, hacia la Vila, despidiéndose del Grao al pasar por el Pañet y atravesando la carretera de Almassora, que le llevaba en el primer tramo hasta el Olivaret, que luego se convirtió en el grupo San Pedro. Ya este viaje había comenzado amparando al autobús en la sombra y frescor del ambiente, pues todo el tramo era un túnel de verdor que llevaba de principio a fin de trayecto. El firme de esta primera parte, que llegaba hasta el monolito del meridiano de Greenwich (continúa aún en su sitio) era un piso de hormigón y machaca que le daba una sensación de uniformidad, y que cuando se cambiaba al otro firme de adoquín puro, adoquín y nada mas, sentías una sensación de batidora o montaña rusa, o quizás todo junto, que solamente con la costumbre y repetición se podía combatir. De tal suerte era este tal “firme”, que la suspensión que portaban los autobuses estaban inspiradas en las primitivas carretas, poco más o menos, algo impresionante.

La segunda parada, la tenía en el maset de Esquerdo, un precioso maset propiedad del práctico del puerto D. Juan Esquerdo Zaragoza, que era la envidia de propios y extraños, y de allí, a volver a parar en la Venta del Camí de la Donasió. Otra de las paradas siguientes era en el Ingenio, así llamado por haber sido un ingenio de la industria azucarera castellonense en tiempos remotos, y hasta ahora, haciendo las funciones de distribución eléctrica y tenerlo como punto de referencia. Mitad del camino. Seguía el trayecto, sin variar el rumbo trazado a la salida, subiendo hasta la próxima parada de “El Crisol”; era “El Crisol” una pequeña fábrica de azulejos y cerámica artística, propiedad de los hermanos Juanito y Eduardo Soriano, en la parte de abajo en el “Caminás”, donde en la parte superior esta la “Mitja Taronja”. Allí trabajaron Carmen la Rovireta y Enrique Vilar, “el Amparrot”, entre otra gente conocida.

Arriba, arriba sin parar hasta llegar a la próxima parada, que estaba en el jardín del “Hort del Sort”, y, por fin, hasta llegar al final del trayecto, si algún pasajero no necesitaba parar en cualquiera de las calles de entrada en Castellón. Estos servicios estaban atendidos por chóferes como Pepe Olla, Enrique Benedito, Pepe Aznar, Soriano, Dapena, Alcaraz, Albalat, etc, y cobradores como Paco el Gordo, “Tarrós”, Manolo y Batiste Bacas, Palau, y otros, siendo los artistas de la mecánica, Nasio y Ximo Musoleta, y como aprendiz, Pepito Lacomba, de quienes tengo unos recuerdos inolvidables.

Este era el itinerario de aquellos autobuses, que en algunas épocas no disponían ni de gasolina, ya que iba racionada y tenían un cupo de pocos litros para el mes. Era la época en que la necesidad creaba sabios y tenían que idear, crear y probar todo lo inimaginable, desde combustibles vegetales, hasta el impresionante GASOGENO. Que no era otra cosa que un enorme recipiente situado en la parte posterior del vehículo, donde en su interior se encendía un fuego de madera, carbón vegetal, cáscara de almendra, aserrín, y todo lo que ardiese, y esta combustión producía un gas que se conducía hasta el carburador y de allí hasta la cámara de compresión del motor, para hacerlo funcionar, pero dadas las características tan pobres de este gas, cuando el autobús tenía que ir de Castellón al Grao, en sentido descendente, era divino, pues en punto muerto, casi se podía llegar, ahora bien, el calvario era a la inversa, cuando el coche (?) tenia que subir a Castellón.

¡Cuantas veces nos hemos apeado para empujar y ayudarlo a arrancar!. Lo bueno era que lo tomábamos como la cosa más natural y no se escuchaba ninguna queja ni nadie protestaba. Eran los tiempos y había que tomarlo como venía.

Y Castellón estaba allí¡¡.

Y el Grao estaba aquí¡¡, y se veía a través del túnel de verdor que formaba el interior de los plátanos que poblaban la carretera de Castelló al Grau, y nos costaba una hora corta en llegar a pié, bien por que no había servicio, bien por que era la época del gasógeno y subiendo a pié te ahorrabas el tener que pagar y empujar y llegabas casi a la misma hora.

¿Comprenden el porqué de mi disgusto al ver que nos han vuelto a alterar el trazado de la nostra carretera?. Sí, es cierto, habrá quien pueda pensar “Pues no es para tanto”.

Son muchos años, quizás demasiados años de estar mal acostumbrados a aquellas formas y maneras de vivir, simples, primitivas, sin demasiadas complicaciones; si dejamos de lado, que teníamos racionamiento; ¿qué era esto? Se preguntará algún lector.

Si dejamos de lado que para reparar el cuello de la camisa, había que cortar el faldón trasero de la misma y de esa tela se hacía un cuello nuevo.

Si dejamos de lado, que los domingos, por diversión, podías ir al cine en sesión de las 7.00 de la tarde, pues tenías que estar en casa “antes que den las diez”, (que Serrat aún no había compuesto).

Si dejamos de lado, tantas carencias que teníamos de lo que hoy se considera lo más natural del mundo, y, lamentablemente no se les da importancia.

Si dejamos de lado, tantas y tantas cosas, podemos llegar a la conclusión que tenemos derecho a recordar, a añorar y echar de menos esta clase de detalles,, que un día constituyeron nuestro modus–vivendi y aunque el tiempo pasado no es posible rebobinarlo, como si de un video se tratase, para poder meternos nuevamente en el, sí es posible entornar los ojos, mirar hacia el interior y disfrutar con el recuerdo, que es otra forma de recuperar el pasado.

Regresemos al hoy, volvamos otra vez a ver la rotonda elevada que han hecho en la Avenida Hermanos Bou, démonos cuenta de que la carretera del Grau ha quedado hecha una lástima, echémosle la culpa al gobierno, como siempre, de todo, y busquemos un nuevo motivo que nos permita proseguir nuestra afición de plasmar, en negro sobre blanco, las impresiones de cada día, para de esa forma, mantenernos distraídos y no caer en un hastío del que sería difícil salir. Pongámonos las gafas de sol, demos un buen paseo, sonriamos a la vida, que al fin y al cabo es nuestra meta diaria.



Sergio Ferrer de Almenara.- Reservados todos los derechos
Junio 2005

1936 - De la "Xamusa" a Mercadona

Grao de Castellón, fiestas de San Pedro, tienda de la Xamusa y barbería de Lorenzo Cumba

Hoy, día 15 octubre del año 2003, se ha inaugurado una gran superficie en este nuestro Grao. Se trata de una nueva sucursal de la cadena MERCADONA; cadena de gran difusión nacional, de origen valenciano, y que ha sido montada con todo lujo de detalles, disponiendo de un magnífico local, rectangular que le permite una perfecta y racional instalación y situación de sus expositores y una cómoda localización de sus productos.

Este párrafo anterior define la impresión que me ha causado al primer golpe de vista, el día que lo he conocido. Es la imagen idéntica que siempre he percibido en los varios establecimientos del mismo gremio que he observado, tanto en España, como allá donde los he visitado, en distintas partes del mundo.

A cambio de la espectacularidad en la presentación; de lo llamativo de sus carteles publicitarios; de la abundancia de género en sus estanterías, y de las “Rebajas”, “Ofertas” y “Saldos” que de uno u otro género se nos ofrece con profusión, en la mayoría de estas grandes superficies o Supermercados de los que disfrutamos hoy en día, tropezamos con la realidad que hemos comprobado y a veces forzado, que nos ha obligado, tras muchos intentos y desilusiones, a reconocer, y, no es otra que, tenemos que conformarnos con coger, o mejor dicho comprar, los artículos que hay en los estantes, sin pretender otro producto de la misma especie, pero de otra, talla, medida, color o peso, que el que está expuesto. No me refiero solamente a un mismo artículo de diferente marca, sino al artículo indeterminado (ej. camisa), que nos probamos un número que hemos gastado de continuo, y al comprobar que ese número nos viene un pelín corto, buscamos, para nuestra tranquilidad, la talla siguiente, que lógicamente nunca está, y que solicitamos a alguna persona uniformada, (si la podemos encontrar), y al final una vez localizada esta persona, casi siempre nos responde con la misma frase, que debe ser de obligado conocimiento en los formularios del examen de entrada, y que no es otra que aquella que dice:
-“Lo siento, pero no hay existencias”
o bien la alternativa que también resulta convincente:
-“Mire usted, este modelo es de talla única”,
con lo cual, al final o nos llevamos la que nos viene justa o nos tenemos que volver a casa sin la camisa que nos hacía falta o ilusión. Esto se puede hacer extensivo al pescado o bien a las gaseosas.

Tanto esplendor, tanta amplitud, tanta abundancia de elementos y a la vez, tanta frialdad y tanto alejamiento en el trato, me traslada a épocas anteriores, donde estos productos, arroz, sardinas, café, (rectifico) malta, longanizas, etc., se condensaban en una sola palabra: Ultramarinos; establecimientos éstos que se instalaban en la entrada de los propios domicilios, que generalmente eran atendidos por las propietarias de los mismos y los que habitualmente, el horario de apertura y cierre, era más bien arbitrario.

Eran estas tiendas de ámbito local y con un radio de acción sobre los vecinos que estuviesen alrededor de unos 300 o 400 metros, no más, ya que más allá de estas distancias se entraba en la zona o radio de acción de la competencia, por lo que a las propietarias no les quedaba más remedio que la mejor disposición y la mejor atención para sus clientes.
Solían tener una estructura muy pareja todos ellos; un mostrador de madera, con una blanca piedra de mármol en la parte superior. Encima de ella había invariablemente, la balanza, bien de dos platos de latón, brillantes como el oro, donde se colocaban las pesas en la parte izquierda y la mercancía en la derecha; llegaron posteriormente las balanzas mecánicas de marca Mobba, las que tenían una cabeza, triangular, parecida a una porción de queso con la punta hacia abajo, y donde en la parte superior de un lado al otro figuraba una escala numerada, que indicaba el peso, normalmente de un kilo, dividida con rayas numeradas equivalentes a un deci/miligramo, y una varilla que se movía a la derecha o a la izquierda, según el peso que soportaba el plato destinado a la mercancía. Esta misma cabeza por la parte opuesta tenía igualmente esta varilla gemela que determinaba el peso y debajo de la escala del peso, una serie de escalas calibrada, de menos a más importe en pesetas, por la que a la vista del peso medido, se hacia coincidir con el precio por kilo y se determinaba el precio de lo servido.

Había también encima del mostrador, el inefable molinillo de café; molinillo de aquellos manuales con un volante de considerable tamaño que se utilizaba para moler, cantidades de café que no solía exceder de los cien gramos, como mucho, si es que la materia a moler era café, (mientras hubo café) cuantas más de las veces se trataba de la inestimable malta, o sea, cebada tostada, la cual nos mantuvo abastecidos muchos años, durante y después de la guerra civil. La falta de café en el mercado, nos habituó de tal forma, que cuando se iba al Café o al Bar, se solía pedir “UNA MALTETA DE LA BONA”.

Objetos también obligados sobre el mostrador: dos lebrillos de
barro vidriados, uno para olivas y otro para los pepinillos, ambos con su agua salada para conservarlos, así como una lata redonda de atún en aceite y otra de las mismas proporciones para las anchoas, también en aceite, ya que era normal, para almorzar (a media mañana), se iba con una “rua” para comprar “mescla”, bien atún con olivas u otra alternativa que era las anchoas con pepinillos.

Otra de las cosas que no podía faltar encima del mostrador, eran dos botes de cristal, de boca muy ancha, uno encima del otro, en sentido horizontal, que lo mismo servían para guardar los caramelos de las muchas moscas que se podía disfrutar, que bolas de anises o bien las negras barritas de “puro-moro” (regaliz). Encima de una circunferencia de madera y tapado con una campana de cristal había medio queso manchego y alguna tienda con bastante clientela, tenía también “formatge tendret”, pues este género, en aquel entonces, sin cámaras, ni neveras, no se podía guardar mucho tiempo; asimismo, había, bien encima o bien frente al mostrador, la inevitable bota de sardinas de casco, sardinas saladas y prensadas, las que se consumían en cantidades considerables, por ser parte de la alimentación diaria.

Una pequeña bomba manual, alguna con medidor incorporado, era el mecanismo para servir el aceite de oliva (a veces bastante pudent) que podían comprar los clientes, que iban a la compra con su botella de gaseosa, cada uno, ya que el aceite era simplemente a granel, de la misma forma que para la compra de arroz, garbanzos, lentejas etc., grano en general, había que llevar un “saquet” para cada producto; ya que solamente para el bacalao, las sardinas de bota, y otros pocos productos, se utilizaba el papel de estraza como envoltorio normal en las tiendas.

Una cuchilla fijada al mostrador para el corte del bacalao salado, era otro de los aperos necesarios en toda tienda, al mismo tiempo que algún que otro bacalao seco colgaba de la estantería que estaba a la espalda de la tendera.

En la parte trasera una estantería, siempre de madera, en la que se apilaban, con bastante anarquía, los botes de fideos, arroz, azúcar y café, las pastillas de jabón “El Lagarto”, (estuvimos muchos años en que estos productos estaban racionados y por tanto alejados de los estantes), latas pequeñas de tomate, atún y anchoas, alguna que otra lata de mermelada, botellas de Coñac “Fundador” y “Soberano”, Anís del “Mono” y Aguardiente “Machaquito”.
Las longanizas secas y las morcillas, se colgaban de una “tacha” en la estantería o bien se guardaban en una “carnera”, para evitar el ataque de las moscas, como antes se cuenta.

Y como elemento higiénico – decorativo, no podía faltar en ningún establecimiento del ramo, aquellas tiras de color amarillo, metidas en un tubo de unos diez centímetros que se desenrollaban, se colgaban del techo y caían en cascada formando un tirabuzón de un metro de largo, y que tenían como objetivo atrapar a todo bicho viviente y volátil que circulase cerca de aquella materia pegajosa de que estaba recubierto. Aunque bien es verdad que todas aquellas moscas que se quedaban pegadas a la tira ya no iban a los demás géneros del comercio, no es menos cierto que aquellas tiras no se cambiaban con la prontitud que la higiene y el decoro aconsejan, de manera que en muchas ocasiones las susodichas tiras, no obstante, daban la sensación de que su color era marrón-pardo, por la cantidad de moscas atrapadas, que el original color amarillo en su estado primitivo.

A pesar de todas estas vicisitudes, de todas estas sensaciones de precariedad y carencia de medios, estas tiendas cumplían la función de regular el flujo económico del pueblo. Todas ellas tenían una libreta (y me consta, por que descendientes de alguna de aquellas tenderas aun las conservan como una reliquia de años pasados), libreta, digo, donde se anotaba el importe de la compra en las épocas que la pesca escaseaba, en las épocas que los trabajos portuarios estaban a la baja, o en aquellos dolorosos momentos que en la familia sufría la desaparición de algún miembro importante de la misma; momento duro aquel que por ambas partes se producía, cuando la compradora decía aquella palabra, tan corta, pero de tan gran significado “Apuntameu”, decía; solamente “apuntameu” y con esa palabra le daba a entender toda la tragedia por la que estaba pasando esa familia. También figuraba en aquellas libretas el importe del “gasto” que las barcas hacían en época de “fosca”, (estos gastos ascendían bastante más que las anotaciones a nivel personal), deudas que se saldaban cuando la pesca se restablecía o cuando los jornales de los trabajos portuarios se reanudaban. Por desgracia, si las condiciones no eran favorables, el grosor de las libretas aumentaba, a veces con unas dimensiones tales, que excedían de las posibilidades económicas del tendero y éste o ésta tenía que hacer seguir su escala de deudas ascendente (si éstos se lo permitían, no siempre), a los almaceneros de Castellón, entre quienes estaban los Vallet, Sancho, Navarro, Gimeno y Ortells, Farinós y alguno más. De esta forma se desenvolvía la vida económica, pues las entidades bancarias no aparecieron en nuestro distrito hasta el año 1950/51, siendo la Caja de Ahorros de Castellón la primera Entidad que abrió puerta, en el solar de la calle Buenavista, numero tres, al lado de lo que era la Comandancia Militar de Marina.

No creo que deje mucho más en las existencias de que podían disponer las tiendas del Grao, pues en la época en que está situada esta acción, en los años 1930/1950, no había mucho más que disponer ni que llevarse a la boca a pesar del buen apetito de que entonces disfrutábamos.

Estas tiendas tuvieron una época de normal funcionamiento, con existencias elementales de primera necesidad, hasta la llegada de la Guerra civil, en el verano del año 1936, fecha en que rápidamente comenzó la desaparición de casi toda la clase de productos por nulo abastecimiento de cualquier clase de materia. Comenzó entonces la época del estraperlo, que así se llamaba al contrabando a pequeña escala. Había estraperlistas de pan, de tabaco, de aceite, de jabón, de aceite de engrase y gasolina; de ruedas para los coches, en fin de todo. Todos ellos conocidos por todos, dada la corta población existente en aquellos años en el distrito. Recuerdo alguna persona de los que iban por la calle y estaban en cualquier esquina apoyados en la pared, que al paso de los peatones por su lado, con todo disimulo entonaban o silbaban una musiquilla que todos conocíamos, y cuya letra decía “Tengo pan, barritas y tabaco.....”, de esta forma, silbando o cantando, no se le podía acusar de nada, mientras nada anunciase.

Al finalizar la guerra civil, y estando toda España bajo el mando del general Franco, comenzó la época del racionamiento en todo el territorio español y por consiguiente en el Grao y Castellón. Previo de un censo identificativo de la población, se nos facilitó una cartilla por cada vecino, cartilla que constaba de una tapa de cartulina y unas hojas impresas y taladradas, en forma de cuadritos o cupones numerados, de colores diferentes y con las anotaciones de pan, café, arroz, azúcar, aceite, garbanzos, judías, lentejas y varios. Semanalmente, en la prensa del Movimiento, aparecía la noticia más leída de todo el periódico.- La del racionamiento. En ella venía a decir, poco más o menos:
“Esta semana y contra entrega de los cupones números 7 de azúcar, 9 de arroz, 5 de aceite y 6 de judías, se podrá retirar de los establecimientos correspondientes, la cantidad de 50 gramos por persona”

Efectivamente a partir del lunes, se formaban largas colas para acceder a los productos a que teníamos derecho esa semana, provistos de nuestras botellas para el aceite y los saquitos respectivos para cada otro producto. Las demás necesidades había que conseguirlas en el mercado del estraperlo y a los precios que el mercado negro pidiera. Lo más doloroso del caso era ver a algunas familias, más de las que se hubiese querido, que por falta de dinero, de trabajo y de nada que dar de comer a sus hijos, los padres vendían sus cupones de racionamiento a quien se los compraba, para poder tener alguna perra con que conseguir comida. Fueron unos tiempos y unos espectáculos que marcaron a las gentes de esa época de una manera muy peculiar.
Las cartillas de racionamiento fueron distribuidas por barrios a las tiendas más o menos cercanas, a las que había que ir necesariamente, pues así se había dispuesto, ya que una vez hecho el reparto correspondiente, a la semana siguiente el tendero, había que estampar cada uno de los cupones en unas hojas previstas al efecto, y el total de los cupones, tenía que coincidir con la cantidad de arroz y demás productos entregado, y devolver o justificar el resto. Una vigilancia impresionante. Pero como siempre, la picaresca española dio muestras de sutileza, de modo que a pesar de los controles establecidos, siempre había la posibilidad de escamotear algún resto o “solatje” que llevar a determinadas personas que pagaban su buen precio.

Un amigo, conocedor de este trabajo, me brindó este suceso vivido y sufrido por el mismo, que amplía e ilustra las condiciones de vida de aquellos años:

“Iba yo por Castellón, un día, y pasaba por la acera de Correos, con un saquito de café (de Guinea) al hombro, que contenía el “sobrante” del cupo de la semana, para llevárselo a Don (?), de quien éramos habituales proveedores y, justamente en aquel sitio, una avispa me picó en el labio superior, con tal fuerza y escozor que instintivamente solté el saquito y me llevé las dos manos a la boca. Lógicamente el saco, suelto y con el movimiento brusco de los brazos, cayó al suelo, rompiéndose el cordel que cerraba la boca y cayendo todo el café por la acera de Correos. Ya os podéis imaginar el efecto que produjo aquella lluvia de café y precisamente en aquella época. ¡La de gente que se acercó y cogía el café a puñados y se lo ponía en el bolsillo o donde pudiera!. Era lamentable, pero al mismo tiempo de sainete. En un abrir y cerrar de ojos, me encontré solo, en el suelo, sin café y “en els morros unflats com un dolçainer, per la picá de la vespa”

Había una tienda, solo una, que podía atender las necesidades de las personas que por cualquier motivo, siempre justificado, estuviesen ausentes de su domicilio, en otras localidades y fuesen a buscar los alimentos en pueblos distintos. Era ésta la tienda de Transeúntes, y que en el Grao le correspondió a la tienda de la Xamusa, o sea que además de tener sus clientes propios del Grao, podía abastecer a los transeúntes, lógicamente siempre bajo un control severo, riguroso, y presentación de la cartilla y cédula (documento personal) correspondientes. Además de tienda de ultramarinos, la Tía Pepeta, en los meses de verano, ponía enfrente del establecimiento una mesita pintada de azul con el tablero blanco y a los lados, dos heladoras de aquellas cilíndricas, de madera y corcho, revestidas de alquitrán, donde a base de hielo picado y sal, se colocaba un cilindro de cobre, que lleno de agua de cebada o de mantecado, hacía las delicias de grandes y pequeños. El granizado de agua de cebada, lo servía a vasos y el mantecado, lo servía con galletas rectangulares que colocaba en un molde, una que servia de base y otra de tapa, molde que tenía una serie de muescas en la empuñadura que le daban al helado la dimensión requerida, y esta medida era la que determinaba el precio. Toda una institución, lo último en tecnología punta.

Otra de las tiendas que hasta la guerra estaba situada en la calle de Canalejas, frente a la “Xamusa”, era la de la “Sigronera”, (garbanzos, alubias, anchoas, bacalao, etc.), que llevaba la abuela Bendisió.

Había otros establecimientos que alternaban la venta frutas y verduras, con otras actividades, como podían ser, tabernas, verduleras casolanas, pero éstas no las contamos como en la plena actividad de Tiendas de Ultramarinos.

Luego, muchos años después, una vez se fueron abriendo las puertas de otras naciones hacia España, la situación, poco a poco se fue regularizando y desapareciendo el fantasma del Racionamiento que tanto tiempo duró.

A los fumadores también les tocó su racionamiento, pues las cartillas, las recuerdo, eran de un color verde, y con unos cupones rectangulares muy pequeños, y engorrosos de colocar luego en las hojas de liquidación.

Actual y felizmente los tiempos han cambiado; la población del Grao ha aumentado de manera imprevisible, la forma y manera de vivir, de trabajar, de relacionarse y comunicarse, no se parecen absolutamente en nada a lo relatado con anterioridad, y por eso mismo, las modas, usos y costumbres han pasado a mejor vida. Atrás quedaron aquellas tiendas, que al mismo tiempo eran centro cultural y de recreo, lugares de información y de noticia, donde se solicitaba y se ofrecía ayuda en momentos de angustia, en una palabra eran el centro neurálgico del Grao.

Solo me falta rendir un cariñoso homenaje a las tenderas y tenderos del Grau, que en las peores épocas pasamos juntos tantas dificultades, a las tabernas y casolanas que en alguna medida formaron parte del gremio de la alimentación, y a las tenderas que posteriormente llenaron los huecos que las veteranas dejaron. Vaya, pues todo mi cariño y recuerdo, condensado en estas líneas.

Como nota anecdótica quiero reseñar que Carmen Bernat Bastán (mi suegra), pocos días después de la llegada de las “fuerzas libertadoras”, el día 13/14 de junio de 1938, fue llamada al puesto de mando de una de las autoridades recién llegadas al Grao, y ante la carencia de establecimientos abiertos al público, aquellos primeros días, sugirieron la posibilidad de abrir una tienda frente a su casa. Así lo hizo y tuvo la tienda abierta alrededor de un año y medio, hasta que la propietaria de la casa regresó del “exilio”, (que como mucha gente en aquellos años sufrió en España), y se hizo cargo nuevamente del mismo, continuando en la actividad, hasta muchos años más.
Ultramarinos del Grau, años 1930 / 1960


AMALIA (Hija) Amalia Martí Juan, S. Elcano, 5
AMALIA (Madre) Amalia Juan Roca, Canalejas, 7
BENDISIÓ Vicenta Trilles Arnau, c/ Canalejas, 57
CACAUERA Paca Ortiz Rochera, c/ Alegría, 27
CACAUERO Josefa Ortiz Ramos, c/ Canalejas, 33
CARAGOLES Fcº y Serafina Senent Cardona y
Carmen Rovira Ruiz, Plaza Mercado, 18
CARICH Tomás Torrent Fabregat, Canalejas, 28
CAYETANO Cayetano Mora Catalán, Pl. V Carmen
GORRIXES María Beltrán Clausell y Carmen Sanz Bomboí, c/ Canalejas
LOLA Lola Forés Vilar, Plaza Mercado, 16
MIGUELITA traspaso de “CARICH”, c/ Canalejas, 29
PELAT Bautista Forés Iñiguez, c/ Churruca,
PIÑÓ Fcº Juan Roca y Consuelo Serrano,
c/ Albareda, 3
ROGELIO calle Canalejas esquina Pl, Virgen del Carmen, traspasado a “les Gorrixes”
TORTOLILLA Teresa Vilar Llorens, calle Barceló, 47
TRES BANDERES Camino Serradal - Camino La Plana
TRINI Julio Aiza, c/ Alegría, 26
XAMUSA Pepeta Piñana Montoya, Pl. Vgen. Carmen

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Sergio Ferrer de Almenara.- Texto y fotos Reservados todos los derechos

1934 - El Flamenco en Casa "Nasi"

Hubo una época, el primer tercio del siglo anterior, entiéndase hasta el final de la guerra civil, que en el Grao, los medios y formas de entretenimiento para la población, eran de lo más primitivo. Con problemas, existía el alumbrado eléctrico en no todos los domicilios; las calles estaban alumbradas por unas tristes y lejanas bombillas situadas en las esquinas de algunas casas, bombillas que no venían a tener más allá de los 50 vatios, como mucho, bombillas no de rosca, sino de las llamadas de bayoneta, como hasta no hace demasiados años llevaban los automóviles en las lámparas de alumbrado; puestas directamente en los portalámparas, sin ninguna protección contra las inclemencias del tiempo y los ataques que los niños con sus tiradores o a mano libre, se entretenían en apagarlas por la vía directa.



El gran Pepe Marchena, cantaor.

De este alumbrado estaba encargado el vigilante nocturno del Grao, un funcionario municipal que tenía entre otras misiones, encender y apagar, en los momentos del atardecer y amanecer, el alumbrado público. Iba el bueno del señor Tomás (Valls Lluart), se llamaba, pero más conocido por “el Vigilant”, montado en una bicicleta que había pasado más de una guerra, con una caña larga al hombro y en el extremo superior un gancho, como una ele, que accionaba el interruptor que conectaba y desconectaba las bombillas para que el pueblo quedase debidamente “iluminado”.

Debo manifestar que hechas estas aclaraciones sobre las condiciones en que se desarrollaba la vida en nuestro Grao, se pueden hacer una ligera idea de cómo pasaba el tiempo de ocio, cuando las condiciones lo permitían, la gente marinera y los pocos que sin ser gente de mar convivían con los pescadores.

Los lugares de reunión eran, generalmente, los bares y tabernas a los que cada uno, según sus gustos y afinidades estaba más o menos adscrito, y de los que se era bastante fiel. Tabernas conocidas eran, sin ningún orden ni preferencia, “el Pelat”, “Leandrin”, “el Re”, “Pesois”, “la Baixa”, “casa Chiva”, “El Parral”, abierto en 1932 y predecesor de, “el Mediterráneo”, “Pelechan”, “Pistón”, “Cacauero”, “les Dos Banderes”, “les Tres Banderes”, y Bares “La Valenciana”, “Andaluz”, “Casa Nasi”, “Café España”, “Casa Carich”, “Valentina”, y posteriormente “Casa Turch” y “Les Planes”.-


Pues bien, en todas partes había gente y la clientela estaba repartida, pero en el único lugar que había más movimiento y la gente se aglomeraba, en algunas ocasiones, era en Casa Nasi (actualmente Restaurante Brisamar). El siño Sentet el de Nasi, tenía la costumbre de fomentar y cultivar la pasión y afición a uno de los pocos entretenimientos que como forma de distracción y divertimento tenía casi toda la gente pescadora. Esto no era ni más ni menos que el cante flamenco.

En el café de Nasi, se celebraban periódicamente sesiones, veladas de cante flamenco, en las que intervenían los cantaores y guitarristas más señalados de la comarca, ya que este género era de aceptación general en la comunidad valenciana, de donde salieron elementos, voces y estilos con personalidad propia que alcanzaron las cimas más altas en el flamenco mundial, sea el caso el de Juanito Varea, de Burriana, por citar uno.


El representante de muchos de ellos para la distribución y actuación en Castellón, tenía la sede en Valencia, y cuando había ocasión y el ambiente estaba propicio, el tío Sentet, se ponía en contacto con el representante, para contratar a la figura de turno que en aquel momento estuviese localizable y libre para actuar en el Grao. De esta forma, actuaron en repetidas ocasiones, cantaores de primera línea como el caso de Angelillo, Niño Marchena, Niña de los Peines, Juanito Varea y otros de esa categoría y fama, acompañados por guitarristas de la talla de Niño Ricardo, Melchor de Marchena, Manolo de Badajoz y demás de la época.

Ahora bien; había un detalle, un trámite a hacer, que era imposible que pasase por las manos del tío Sentet; y esto era, ni más ni menos, que el llamar al representante ¡por teléfono!. En aquellas fechas, estoy hablando alrededor de 1920, se estaba en los albores de este fabuloso invento, que permitía, nada menos que desde su casa, poder hablar con otra persona en otra localidad, aquello más bien parecía cosa de brujas que una cosa racional, pues bien el tío Sentet, lo mismo que otras muchas personas de su misma edad y condición, tenía verdadero pánico en utilizar el repetido utensilio y como solución, acudía a su sobrina Carmen, (que pasados los años fue mi suegra), y que entonces estaba alrededor de los 13/14 años, y la hacía telefonear a Valencia solicitando el contrato de tal o cual cantaor; todo era válido, todo, menos poner sus manos sobre el manubrio del negro aparato de teléfonos. Esta anécdota nos la contaba una y otra vez la madre de Carmen, mi mujer, cuando se hablaba del miedo o fobias que tenemos las personas por cuestiones, aparentemente elementales, como es el hecho de telefonear.

Parece una situación risible, pero dada la autenticidad de la misma, por conocidos los personajes que intervienen en la misma, no puedo por menos que relatársela a ustedes, como una de las muchas anécdotas que ocurrieron en este Grao.

Sergio Ferrer de Almenara

1933 - Mi Tio Genaro.-

En todas las familias, en todos los tiempos ha habido un tío, y al usar este apelativo, me refiero a la persona con grado de parentesco suficiente como para no tener que aclarar nada más, dado el inadecuado uso que actualmente se hace de esta palabra. Pues bien, mi tío Genaro era hijo de Vicente Compañ Arnau y de Mercedes Laban Meneses, éste, hermano de mi abuela paterna, Vicenta, ambos hijos de Genaro Compañ Monserrat y Josefa Arnau Mestre; el citado Vicente Compañ Arnau debido a su profesión de cirujano urólogo, había llevado su trabajo y residencia a Barcelona, donde casó y nacieron Elenita y Genaro.

El tío Genaro era muy conocido, tanto por la gente del Grao, como en Castellón; bien a nivel particular, ya que siempre estuvo ligado a su familia grauera, como a nivel profesional, pues a causa de su profesión de médico especialista del aparato digestivo, primero en “el carrer de la vieta” (Escultor Viciano) y posteriormente en la Avenida del Rey, (en la casa Gran), por su consulta pasaron muchas personas de la mar.
Genaro, desde bastante pequeño, venía a pasar los veranos en el Grao en casa de sus tíos, o sea en casa de mis abuelos, además de alguna que otra Navidad, tanto él como el resto de la familia. Para poner un poco de orden y control en la vida de Genarito, durante el verano estaba internado en el colegio llamado “La Colonia Educativa”, situado en la calle de Enmedio, un poco más arriba de las Cuatro Esquinas. Siguieron sus estudios de bachillerato en el Instituto General y Técnico, que después se llamaría Instituto Francisco Ribalta, para terminar con lo que sería su profesión al cursar la carrera de Medicina.

Ya en su juventud o sea en nuestra infancia, en sus días de estancia en casa, a mi hermana y a mi, para hacernos la vida mas entretenida, por la mañana se dedicaba a darnos “clases” de gimnasia y de cualquier materia que en aquel momento se le ocurriese; nos hacía las explicaciones correspondientes y después nos hacía la oportuna pregunta. Si la respuesta era correcta, el premio era una moneda de diez céntimos, una perra gorda o “un xavo”, pero a continuación nos preguntaba algo que no sabíamos y teníamos que reintegrarle en la misma cantidad, de tal forma que la misma moneda estaba siempre yendo y viniendo.

En cierta ocasión, tendría yo sobre los cinco años, poco más o menos, me preguntó:

-“ Si la tierra está compuesta por elementos sólidos, líquidos y gaseosos, un pato, ¿que es?”-.

Ante tal pregunta, no dudé y muy seguro, le respondí:

-“!!El pato es gaseoso¡¡”-

Esta respuesta sigue vigente en la actualidad; desde entonces y hoy en día, a mas de setenta años de la tal cuestión, continuo haciéndoles a mis nietos la misma pregunta, a la que los mayores y los pequeños, me responden en tono burlón:

-“!!El pato es gaseoso abuelo¡¡”-

Mi abuela Vicenta, como la mayoría de las mujeres de nuestra tierra, y más en los años 20/30, era de esas mujeres que les gustaba de hacer, además de los guisos de la comida diaria, pastas, dulces, confituras y mermeladas de todo aquello que se cultivaba en nuestra huerta, y en el otoño una de las faenas obligatorias, era el dulce de membrillo; "el Codonyat".

El dulce de membrillo casero, una vez preparado según las medidas clásicas, para mejor proceso de secado, se colocaba en recipientes llanos, como platos o similares, de forma que tuviesen mucha superficie en contacto con el aire y poca profundidad para que en poco tiempo estuviese seco y poder consumirlo. Así lo preparaba la buena de la tía Visenta, como siempre, hasta que de pronto un día observó que a los platos le ocurría algo raro. Por encima estaban intactos, pero dentro había desaparecido el membrillo; de forma que solo estaba la lámina superior. Nada que delatase anomalía alguna, hasta que una tarde vio que Genarito, muy sigiloso subía hasta la parte superior de la casa donde ponían a secar las cosas, entre ellas el membrillo, y mirando con sigilo vio que cogía un platillo de “codonyat”, se buscaba una pajita de caña de arroz, de las que se usaban para beber la “orxata”, y con sumo cuidado, en una esquinita, introducía el “canudet” y sorbía el membrillo que aún no estaba seco. Luego, con esmero y cuidado, tapaba el orificio que había dejado la pajita y así !!hasta mañana si Dios quiere¡¡. El rapapolvo de la tía hacia el sobrino fue de los acostumbrados. Dos besos y dos carantoñas y la tía tan contenta.

Otra de las características del tío Genaro, fue la facilidad que tenía para comerse las pastas conocidas por “madalenetes”. Sus visitas a mi casa siempre fueron irregulares; semanas sin vernos y sin saber nada, o en una semana aparecía como y cuando le apetecía. Siempre solía llegar a eso de las seis de la tarde. Venía con su “dos caballos”, cuando una temporada antes nos aparecía con su ”Biscuter”. Llegaba a casa sobre esta hora y con un paquetito en la mano, un tanto misterioso, pero que al fin no contenía nada más que media docena de “madalenetes” de casa Nasio, parientes asimismo nuestro, y estoy hablando en la época que estaban en la tahona Toni, Nasiet, Pepe Gual y Lluis, con el tío Pepe al frente y la tía Senteta al taulell apoyada por su hija Vicentica. En el horno, de leña, se hacía diariamente el pan, que empezaba por obtener la levadura natural, de un trozo de pasta reservado del día anterior, fermentado, lo que se convertía en el ren; asimismo se hacía toda una serie de pastas caseras y se cocían “totes les casoles al forn” que las clientas llevaban de mañanita, para que estuviese a punto a la hora de la comida. Pues bien, entre estas pastas que cito, había la debilidad del tío Genaro, estas madalenetes, francamente riquísimas, pero también una pasta maciza que requería mojarlas reiteradamente en un buen tazón de café con leche; pues no, el bueno del tío tenía la facilidad de engullirse una detrás de otra, la media docena de “delicias de Nasio”, sin siquiera respirar. Lo mirábamos, lógicamente sin pedirle un bocadito, ya que se sentía un poco avasallado; en contadas ocasiones nos aceptó un vasito de algo líquido, y de verdad que padecíamos al ver que pegaba “unes collaes” monumentales para hacer bajar por la garganta aquellos bocados de sólidas madalenetas. No le podemos negar la maestría en el manejo de los paperets, para evitar masticarlos. ¡Que destreza¡

Otra faceta, ésta cultural, fue la fotografía y el cine aficionado. Como fotógrafo, que lo fue y bueno, formó parte de la Agrupación Fotográfica de Castellón, allá por los años 1956 y siguientes, bajo la Presidencia de D. Jaime Blanch Vila, con un buen ramillete de colegas como Paco Breva, Adolfo Agut, Tasio Flors, Magí Castellví, Gerardo Beltrán y varios mas que llevaron el nombre de Castellón bastante alto a nivel nacional, participando en numerosos certámenes, teniendo nuestro Certámen Madalenero, que atrajo a la crema de los aficionados en la época.

Respecto al cine de 8 mm. fue una verdadera pasión la que sintió por este arte, ya que no hubo jamás ningún imprevisto que impidió la consecución de la idea preconcebida. La idea inicial, los guiones, la dirección, la cámara, vestuario, sonorización, doblaje, en fin todo, llevaba la misma firma: Genaro Compañ. Eso si, no tenía problemas en adjudicar tal o cual papel, al primero que pasase por delante o que creía que iba bien, por cualquier detalle que había visto. Amigos, parientes, conocidos y viandantes, todos éramos buenos para desempeñar, bien un enamorado en primavera, o un veraneante frustrado por una avería en la vespa. O una señora angustiada velando al hijo junto a su lecho. Películas como “Un día de verano”, “El Arroz”, “Policarpito”, y tantas, han quedado como muestra del buen hacer y afición. Y al final de cada película, nos reunía en su casa a los participantes, nos daba una suculenta merienda y nos emplazaba para la próxima aventura.

Luego de lo relatado ¿aun queda algo mas?, pues si. Otra de sus facetas era la deportiva. Desde muy joven tuvo y mantuvo una extraordinaria afición al tenis que le llevó a la creación del Club de Tenis de Castellón, no se desde cuando, pero siempre le he visto unido y relacionado con este deporte. Primeramente compitiendo con y contra los socios y aficionados a este deporte. Mas tarde, las partidas ya fueron de dobles; cuando la edad fue avanzando, daba clases a las señoras mas o menos jóvenes y cuando la edad ya dijo “¡Bastante¡” continuó asistiendo como espectador. No puedo dejar de reseñar, que compitió, y con bastante acierto, contra “El Cid Campeador”, bueno contra el actor que en Peñíscola rodaron este personaje, y que no era otro que el actor Charlton Heston, durante las semanas de rodaje que estuvieron en Castellón, instalados en el Hotel del Golf, junto con su esposa Lydia y su hijo Fraser.

Y por último dejo su faceta de escritor, pues, además de digestólogo, esta puede que estuviese al mismo nivel. Genaro desde siempre ha tenido una gracia especial, una socarronería para explicar lo más elemental con un salero, una amenidad, una elegancia, una forma de ser tan suya, que los escritos tienen un sello muy particular que lo delatan, en cuanto conozcas al personaje un poquito. A primera vista, serio como un plato de arroz, que tanto gustaba a mi tío, pero a las dos cucharadas, ya le encontrabas las tajadas y si el plato era grandecito, hasta el “socarraet” salía.

No se cuanto ha escrito en esta vida, quizás lo sepan Magda o Vicente, sus hijos, pero mucho, eso si; un primor son los artículos que escribió para los diarios locales “Medterráneo” y “Castellón diario”, de los cuales, algunos están recogidos en un ejemplar que se editó en 1997, creo. También existe en la biblioteca del Casino Antiguo, un ejemplar de la novela que escribió Genaro Compañ, que presentó a un certamen literario y que quedó finalista, y esta novela, debidamente mecanografiada y encuadernada por su amigo Sr. Rozalen, se encuentra a buen recaudo en la citada biblioteca.

Y como final su afición a la música y su gran disposición para tocar algunos instrumentos, como el piano y el acordeón. Por cierto, en la película “Un día de Verano”, que además de director, cámara y todo cuanto anteriormente he contado, interpreta el papel de un ciego de los que, antaño, se alquilaban para amenizar los saraos en los masets de Castellón y alrededores, en las fiestas de Pascuas; pues bien, este ciego interpreta piezas bailables al acordeón, que son las que en directo se escuchan en la película.

-"Cierto día me confesó en plan confidencial: “en esta vida aun me faltan dos placeres; tocar el fiscorno y el bombardino, sobre todo el fiscorno, instrumento noble donde los haya¡¡-"

Creo que he plasmado un buen perfil de mi tío, de ese tío que todos tenemos y que por unas u otras circunstancias siempre nos acordamos de el, aunque una vez nos preguntase ¿Qué es un pato?

Texto y foto original de: Sergio Ferrer de Almenara
Verano 2006